martes, 29 de outubro de 2019

Cuaderno de Chipre, 2. El viaje


(Pafos) El plan de repasar la gramática griega a la sombra de un olivo era evidentemente una fantasmada. En primer lugar, los olivos no dan mucha sombra que se diga y a mediados de octubre el sol pica aún en Chipre. Luego están las hormigas, las avispas, las lagartijas y demás bichos silvestres, que no nos permitirían concentrarnos en el estudio de las declinaciones. Por último, Chipre es tierra de hierbas resecas, arbustos pinchudos y pedregales donde a ningún devoto de la filología se le ocurriría plantar el culo, ni siquiera para estudiar la lengua de los dioses. Así que cambio de planes y voy a bañarme a la piscina del hotel.
… De todos modos, no sé qué tiene la combinación de olivos y mármoles rotos que nos hace ver al dios Pan donde solo hay un pobre pastor de cabras y ninfas en vez de campesinas renegridas que varean las aceitunas.





(Educación Intercultural) Cada día, los asistentes al curso sobre Educación Intercultural que se celebraba en un conocido hotel de Limasol, al sur de Chipre, encontraban sus camas hechas y sus habitaciones recogidas. La mayoría de las personas que hacían ese trabajo eran asiáticas. Todas las personas que hacían ese trabajo eran mujeres. Gracias a tales procedimientos didácticos, basados en el aprendizaje por descubrimiento, los organizadores del curso conseguían un alto nivel de motivación entre los participantes, que volvían a sus países entusiasmados con las ventajas de la diversidad cultural.





(Kourion) Apuntes para una actividad didáctica. 1) Planteamiento de la cuestión: Estamos en el yacimiento arqueológico de Kourion, al suroeste de Chipre. Según Heródoto, Kourion fue fundada por los argivos y su antigüedad se remonta al siglo XIII a. C. Hay vestigios griegos, romanos y bizantinos que atestiguan su esplendor a través de los siglos, a pesar de los terremotos que cada dos por tres asolaron la ciudad. Ahora solo quedan muros rotos; si acaso, alguna columna en pie. A mediados de octubre el sol cae a plomo sobre el erial donde se asienta Kourion y la temperatura ronda los 35 grados centígrados. No hay árboles que proporcionen sombra; fuentes que mitiguen el calor. Desde lo alto de la colina, se divisa la bahía de Episkopi con sus abruptos acantilados. Al pie del altozano está la playa repleta de bañistas. Un camino lleva a la playa y otro a las ruinas del monte. El que sube a las ruinas es, valga la redundancia, cuesta arriba. El que que baja a la playa va derecho a las tumbonas , las sombrillas y la brisa refrescante del mar. 2) Responde a las siguientes preguntas: a) ¿Qué camino elegiría el sabio? b) ¿Qué camino elegirías tú? Justifica tus respuestas.





(Agias Zekles, Limasol) El icono que tapa la inscripción otomana en el exterior de la capilla ortodoxa tiene una leyenda en griego que no entiendo. Supongo que no dirá: Paz a los hombres de buena voluntad.




(Mezquita de Selimiye, Nicosia) La catedral reconvertida en mezquita o la mezquita reconvertida en catedral no ofenden mis sentimientos religiosos ni lo más mínimo... Todo queda en casa de Dios. Pero las viejas escuelas rurales sin niños y las estaciones de ferrocarril sin trenes que a menudo vemos transformadas en flamantes bares de diseño... esas sí que me parten el alma.





 (Taberna en Limasol) En griego, cuando pedimos la cuenta en un bar decimos loghariasmoś, o sea, logaritmo, lo que nos lleva a pensar que todos los camareros de Grecia son muy listos y saben muchas matemáticas. El logaritmo nos lo trae el servitóros, que es el camarero, y si el precio parece razonable y el servicio ha sido bueno, se lo agradecemos con la palabra efjaristó, que equivale a eucaristía o acción de gracias... Después de tanta liturgia, ¿dejaremos una propina al simpático garzón de Ida, léase, camarero?




 (Carretera de los Troodos) Puede que el único encanto de estos eriales en los que solo crecen árboles esmirriados y matorrales espinosos esté en su espléndido cielo azul. Sin embargo, hay un camino que cruza los campos baldíos, los pedregosos cauces de arroyos sedientos, la colina de los algarrobos. Y yo me iría por ese camino... Vaya si me iría.





(Bazar, Nicosia) El tendero que encuentras despatarrado en una silla con la mandíbula desencajada y la camisa entreabierta dejando al descubierto un broncíneo torso velludo, dichosamente traspuesto en el sopor de la siesta, no se ajusta ni de lejos al perfil del emprendedor capitalista. Sin embargo, dejadle dormir, dejadle soñar. ¿Qué prisa tenéis en comprar una alfombra que se tejió con laboriosa lentitud, una alfombra digna del palacio del sultán y los magos de las mil y una noches? Consumistas compulsivos: refrenaos, aceptad el café a que os invita el vendedor y deleitaros con su apabullante charlatanería. El café y el tiempo de conversación corren a cuenta de la casa.





(Oriente / Occidente) Una de las principales universidades del norte de Chipre se llama Universidad del Cercano Oriente. A un centenar de kilómetros de Siria y a otros tantos de las costas meridionales de Anatolia, Chipre es el Oriente Próximo, independientemente de que los chipriotas se expresen en griego o en turco. No por hablar griego, tener una mayor densidad de McDonalds por kilómetro cuadrado y levantar hoteles de veinte plantas en primera línea de playa, los grecochipriotas se pueden jactar de ser más europeos u occidentales que sus paisanos de lengua turca. Que la civilización griega sea el origen de la europea no significa que fuese occidental, pues no lo era en términos geográficos, de raíces culturales ni, menos aún, en el sentido que se da ahora a Occidente de países capitalistas ricos y con pedigrí norteño. No estuvo el jardín de Epicuro en las riberas del Sena ni la Academia de Platón en Berlín. Deudores de los fenicios y los egipcios fueron los griegos antiguos y lo somos, por tanto, todos los europeos actuales. Con razón advertía Antonio  Machado: Hombre occidental, / tu miedo al Oriente, ¿es miedo / a dormir o a despertar?




(Marina de Limasol) Su padre era pescador en Famagusta, al este de Chipre. En una foto en blanco y negro se le ve a bordo de una barca con toda la tripulación posando en la cubierta: hombres recios, bronceados por el sol, apuntalados en un plano inclinado que se balancea con el movimiento de las olas. Unos montes yermos señalan la cercanía de la costa.
El hijo muestra orgulloso la foto a los turistas que acudimos en tropel a la tienda de recuerdos. El hijo vende esponjas de mar naturales y otros productos típicos del mar y la tierra de Chipre, como jabones de aceite de oliva. En una esquina del local hay una barca varada en un escollo de esponjas y el maniquí de una mujer desnuda, quizá una sirena en su fase humana, que se tapa pudorosamente con la larga melena.

Ante la foto de su padre, pescador en Famagusta, el vendedor explica los efectos saludables de las esponjas naturales del Mediterráneo. Para demostrarlo, se ensucia las manos en una tina de líquido oscuro; a continuación, se las restriega y las exhibe impolutas, tan suaves como la piel de un recién nacido. 
Convencidos por el charlatán, todos los turistas nos llevamos un buen surtido de esponjas milagrosas.





(Kolossi) Durante su estancia en el sur de Chipre, el viajero fue a visitar un castillo. La fortaleza databa de la época de las cruzadas y había pertenecido a los caballeros de la Orden de Malta y a los Templarios. Tras recorrer todas las salas —oscuras, frescas, vacías—, el viajero abandonó el castillo y echó a andar por un camino que previamente había divisado desde la torre de homenaje. El camino se alejaba del pueblo. Era una pista polvorienta que atravesaba olivares, y plantaciones de naranjos y granados. El sol relumbraba en la tierra blancuzca. Se veía el mar tras las colinas del suroeste. El caminante, después de varias bifurcaciones que no sabía a dónde le llevarían, llegó a un cementerio. Era un cementerio británico. Abrió la verja y entró a refugiarse a la sombra de los cipreses. Se sentó en un banco junto a la tumba de un escocés. Supo que era escocés porque tenía la bandera de su país puesta en la lápida. Algunas tumbas tenían bufandas de los equipos de fútbol que habían dado tantas alegrías y disgustos a quienes ahora descansaban en paz; otras, objetos personales que evocaban las aficiones de los difuntos. El caminante recorrió el cementerio hasta el extremo donde se situaban las sepulturas más recientes, aún sin losas, tan solo montones de tierra reseca, coronas de flores mustias y yerbajos. A estos muertos les había tocado la zona de sol y no había quien parara allí, excepto las lagartijas, que corrían de una tumba a otra y se metían bajo las piedras para escapar del intruso. Extranjeros en vida, los muertos yacían ahora en tierra de todos. El viajero recordó unos versos de Antonio Machado: Un golpe de ataúd en tierra es algo / perfectamente serio. Para no ponerse melancólico, dejó en paz a los finados, cerró la cancilla del camposanto y echó a andar por el camino polvoriento.



(Grecochipriotas / Turcochipriotas, 1) Quizá tenga razón Sánchez Ferlosio en que “babilonios somos” y deberíamos dejarnos por imposibles los unos a los otros, “como buenos hermanos”, desechando el inútil empeño de convivir griegos con turcos o, por poner un ejemplo más cercano, catalanes con castellanos. Las amadísimas y maternales lenguas que separan a unos pueblos de otros no son una maldición de Dios, pero sí escopetas que carga el Diablo. Y si no, que se lo digan a los inmigrantes pobres que deben pasar un examen del idioma del país de acogida para obtener el permiso de residencia o a los ciudadanos de Nicosia que viven separados por un muro. Que los muros culturales sean con harta frecuencia económicos no libra de culpa a los nacionalismos lingüísticos por su contribución a poner fronteras.





(Grecochipriotas / Turcochipriotas, 2) La invasión de varios miles de soldados turcos, las religiones distintas y las lenguas diversas hacen imposible la convivencia de grecochipriotas y turcochipriotas (?). Menos mal que unos y otros tienen el inglés para entenderse; y padecen juntos (pero no revueltos) la invasión de varios miles de soldados británicos que, a pesar de sus creencias extrañas, son unos invasores muy civilizados y amistosos (!).





(Grecochipriotas / Turcochipriotas, 3) Al café turco, declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, se le llama griego en la parte griega de Nicosia. Tanto los chipriotas turcos como los griegos lo hierven en un pote de cobre y se sirve en tazas pequeñas sin asas, con un vaso de agua y una delicia turca, que en el Chipre de habla griega es una delicia chipriota.
Al caer la tarde, en las terrazas de uno y otro lado del muro, hombres y mujeres apacibles, parsimoniosos, que aman la brisa tibia, la charla cordial y el discurrir sosegado del tiempo toman el mismo café con diferentes nombres. Nada perturba su paz: ni el repique de las campanas ni las plegarias del muecín que llaman a la devoción de los piadosos.





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